A Diego Gómez

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«La poesía, como el misterio de la vida, no es un problema que hay que definir o resolver, sino una realidad que hay que experimentar... Así como las aguas entran en el gran río de la vida, así entró Diego en la casa de la poesía.»

 

Ignoro que es la poesía. Por eso me resulta difícil definir lo que no conozco. A veces he leído las disquisiciones que algunas personas han escrito sobre la poesía y me han parecido encantadoras mentiras. Páginas en las que se mitificaba o se mixtificaba la poesía y poco más.
Pero a pesar de mi ignorancia un a cosa creo saber: la poesía, como el poeta, no tienen que ser necesariamente cultos, ni tampoco lo contrario. La poesía es simplemente poesía y quien la escribe, poeta, como Diego Gómez. Este tiene la costumbre de firmar sus poemas como “Inculto poeta”. Confío en que algún día deje de hacerlo. Aunque lo importante es que siga escribiendo poemas. Porque la poesía, como el misterio de la vida, no es un problema que hay que definir o resolver, sino una realidad que hay que experimentar.
Así como las aguas entran en el gran río de la vida, así entró Diego en la casa de la poesía. Este hombre que viste con sencillez, tiene la corbata de poeta y sus versos son los cantos del corazón.

Belleza y más belleza sin sonrisa
amor y más amor del que te hiere
color de luz opaca, fría brisa
de aquel que muere y muere…
y nunca muere

A veces los poemas de Diego no sólo cantan, sino que también cuentan, como en otros tiempos cuando la poesía cantaba y contaba. Y nos cuenta el misterio del nazareno “cubriéndose con túnica uniforme / para expresar sus quejas / con mil malabarismos de redoble / Que no me calle nadie…”. Es el grito del nazareno “que tiene que quebrar su toque / para escapar de su sueño”. Y todos guardan silencio ante este nazareno que, con su tambor colgado, lleva un capirote “de estrellas y luceros / de amores en las rejas / de rosas, de jazmines y besos / sellados por el tiempo”.
Su poesía también cuenta los avatares de aquellos que nacieron y crecieron condicionados por la naturaleza incierta de esta tierra, que a la vez que les da el sustento los castiga:

Con el ladrido del perro callejero
y la burla del cantar de un gallo viejo,
se desgarra la noche majestuosa
y bosteza el labrador por el sendero.
…………………………..
Por eso, cuando llega al tajo firme del arado,
a la esteva se aferran sus manos condolidas
y despierta y se da cuenta que ha llegado
y sin llorar sus ojos se desprenden dos lágrimas.

Este poeta “marinero en tierra seca”, nació en Moratalla: “Y en mi tierra he de morir / si es que el viento no me lleva / de esta mi tierra seca / donde pescar no puedo / porque los peces son flores / que la débil lluvia riega / y donde el cálido sol / sus tiernas hojas seca”. Porque esta tierra de frontera metió un día las raíces en su poesía y ya nunca ha podido salir de ella.
Por eso nos habla del mar azul de su cielo, de sus sierras y sus fuentes, de los árboles en primavera, del monte y sus aromas o de los pájaros que cantan al romper el alba. Son versos de aguas y trigos. Agua para calmar la sed de su tierra y trigo con el que amasa el pan de sus poemas, escritos en silencio con luces y sombras en noches de luna clara.

No ladres perro, no ladres
que puedes distraerla
que la luna no te mira
se mira en agua serena.

Y al verse tan dulce y blanca
se sonríe satisfecha
de ver que rompe la noche
aunque la noche sea negra.

Esta poesía encierra el sortilegio de lo que ha sido creado con cosas naturales y sencillas. Por eso sus versos pueden cantarse junto al fuego del hogar o bajo el frío de la noche estrellada, caer con la fuerza de la lluvia o la suavidad de la nieve, calentarse con los rayos del sol o formarse entre la niebla, volar con el viento, ser fríos como la escarcha o condensarse en menudas gotas de rocío.
Son versos que pacen como un cordero en la hierba de una pradera solitaria y brotan como las aguas de una fuente, por las que corren las manifestaciones del corazón. Y todo con esa mezcla de lo melancólico y lo alegre que hace tan extraordinaria la vida. Sus poemas también meten la mano en los sentimientos y pasiones del corazón en soledad, dejando que aflore la confusa impureza de los seres humanos.

Sin llantos ni alegrías
–muerto sólo muerto–
qué le pediré a la tierra
cuando me cubra el cuerpo.
Que quise que no quise
que aún sin querer queriendo
que pensé en tantas cosas
que de nada me sirvieron
y si lloré mis lágrimas
se perdieron.

Quiero quedarme sólo…

Hay tristeza en la belleza, pues en la poesía como en la música, no estuvo nunca ausente la melancolía. La poesía de Diego Gómez, como el fuego de la vida, ha sido brasa y llama antes de ser tizón. Ha sido la llama de ondulantes colores que brota de los leños de su existencia y, en su continuo flamear, se agita y chisporrotea con frenesí. Luego la llama se vuelve brasa –del amor o del dolor– que quema dentro, muy adentro. Y con esos tizones que antes de ser brasa fueron llama, este “inculto poeta” escribe sus poemas y los ofrece como un regalo más de la vida.

¿Quién eres tú me pregunto
buscando con grandes ansias?
Tú eres ramo de olivo
tú ruiseñor entre zarzas,
oculto gorjeando trinos
oliendo a flores lozanas.
Arrullo de amor de madre
sonrisas de niño en faldas
mamando entre senos suaves
con ojos llenos de lágrimas.
Fruto de noche de luz
de sangres embravecidas.
¡Ay! Si todo eso eres tú
yo gracias doy a la vida.

A veces su versos caen sobre mi como una fina lluvia, que arrastra mi alma y atraviesa mi corazón, queriendo revelarme su torrencial secreto.

Nota aclaratoria.- Este texto, que se publica en Vídeos Educa a modo de presentación del poeta, fue escrito en agosto de 1996, cuando Diego aún vivía. Murió en 2017.

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