Infancia de ceniza – Infancia herida
Tú lector, palpitas de vida y de orgullo y de amor como yo, para ti, pues, estos cantos. WALT WHITMAN
Vendedores de infancia feliz
de inocencia y de nostalgias
trampantojos de la niñez
tantean huellas lejanas
gotean añagazas perfumadas
ignoran ecos y sombras
exhuman
(juguetes rotos, fotos sepia, desvanes)
el decorado de escenarios
con recuerdos rebosantes de felicidad.
Y gritan:
¡«La infancia es el paraíso perdido.
Fuimos los reyes»!
No. En su infancia de ceniza
no hay niños cuyo mágico destino ha sido aplastado
flagelado por el hambre, explotado, esclavizado.
No. (El corazón lo sabe).
¿Candor, miedo, burla?
Sus obedientes recuerdos
del jardín encantado del ayer
–alivian, reconfortan, satisfacen–
son hermosos retablos
páginas desvanecidas de niños queridos
«felices»
sin almohadas de lágrimas
sin alas angustiosas
sin amarguras lejanas.
Vivimos el conflicto del olvido
hacemos inventario
escuchamos ínfimos momentos del ayer
susurros de tiempo sepultado
ráfagas de aire imaginario.
Como peregrinos del pasado
sacudimos el libro de la vida
manos laceradas de bruma
arañan debajo de la corteza
páginas confusas se abren
en el desorden de la infancia
y en las soledades buscan
su rostro y su alma.
En el horizonte, naciendo la mañana
radiantes, borrosas, sigilosas, ardientes
brotan sensaciones y vagos recuerdos
ríos de mimos, besos de azúcar, sonrisas
brisas tiernas que mecen la cuna
caricias de caras y manos extrañas
canciones entre cristales de sueño
zapatos embarrados, piernas sucias
sueños mágicos, en rosa, en azul
–se levantan, crecen y vuelan–
un país de fantasía inaccesible
fugaces destellos de las estaciones
–en el aire, en la tierra, en las hojas–
gotas de lluvia cansadas de gris
hablan el idioma del agua
unas luces amarillas de mariposas
un pájaro silvestre salta en el silencio sonoro
una iglesia, un castillo, torres, campanas
–sus voces de piedra y siglos se remansan–
pizarras esmeralda con frialdad de tiza
olas furiosas, playas calmas
rosas marinas y coronas de algas.
INFANCIA HERIDA
No todo es luz y sonrisa.
Hay otra infancia latente
esa que da miedo y azogue.
A veces
el corazón no se acobarda
arroja la coraza
sólo, desnudo
baja a los infiernos
mira el nublado cristal del sueño
desbroza sombras
abre tumbas nebulosas
tiende la mano ardiente
encuentra silencio
y algo de verdad agrietada en la penumbra.
Desde fuera de la carne se adentra la mirada
veo, despiertas, las heridas del alma
desnudas ya de máscaras.
Llave, cerrojo y puerta saltan.
Trozos de olvido desterrados
sin un hilo que los anude
regresan del destierro.
Hay un abrir de párpados
y pestañas erizadas
un mover de pupilas y de orejas atentas
voces y más voces olvidadas
surgen de sacos invisibles
doloridos corazones gimen
palabras como heridas.
Del vivir nace el dolor, sube la congoja
caudal de sobresaltos torrentosos
en un río de secretas confusiones
miradas inundadas de humillación
rayos rojos de timidez
ríos agitados de incomprensión
lagunas heladas de frustración
derrotas oscuras como túneles
astutas máscaras de falsedad
vidas y muertes con olor a sombra
(algunas desgarran, otras enlutan el vacío).
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