Como la flor del almendro
Nuestro miedo a la muerte es una servidumbre que nos impide vivir. A vivir el presente que es lo único que tenemos. Pendientes de las expectativas del futuro, perdemos el presente y lo que en él podríamos haber hecho. Andamos errantes por la vida sin haber saldado las cuentas con el presente nuestro de cada día. A fuerza de mirar hacia afuera, hacia otro tiempo que no es el nuestro, aumenta la incapacidad para mirar en nuestro interior. La inquietud y la insatisfacción oprimen nuestro corazón y dejamos de pertenecernos. Vivimos una negación de la vida. Y de la vida no vivida surge un potencial de destrucción y de abandono. Vivir resignados es una forma de malmatarnos.