El consumidor “feliz”

¿Somos conscientes de nuestra propia inconsciencia? ¿Comprar cosas verdaderamente nos hace más felices? ¿Por qué el ocioso todo lo define en términos de diversión o de fastidioso aburrimiento? Vivimos inmersos en un modelo social donde reina la contaminación de sustancias tóxicas por todas partes. Pero en lugar de participar activamente como miembros de la comunidad en la búsqueda de soluciones a sus problemas, nos empeñamos en mirar hacia otro lado e ignorar la realidad social de la que somos cómplices y víctimas a la vez.

La amistad – 1ª parte

La amistad es el más alto y noble de los afectos porque es capaz de aglutinar las virtudes más excelsas. Quien tiene un amigo tiene el mayor de los tesoros. Y la persona afortunada debe ser cuidadosa. Sobre todo en estos tiempos en los que, como diría Ovidio, el nombre alguna vez venerable de la amistad se corrompe y prostituye como una meretriz.

Educar para consumir y no pensar

Una de las características de la actual sociedad de libre mercado, es que no contribuye al desarrollo de la capacidad de pensar en las personas. A lo que sin duda ha contribuido la creciente mecanización y «estupidización» de una gran parte de los procesos industriales que, al convertir el trabajo en algo tedioso y aburrido, suponen un serio peligro de degeneración de nuestro órgano de la inteligencia, de nuestra agudeza para observar o de nuestra destreza y habilidad manual. De modo que en la sociedad actual, a escala cada vez mayor, parece que está en proceso de atrofia la capacidad de observar con atención y pensar.

El falso principio: “Cuanto más tengo más soy”

El consumismo esconde la escala de valores morales que se corresponden con el modo de existencia del tener, donde el principal interés no está en las personas sino en las cosas. El modo de tener es un modo superficial donde lo que importa es la apariencia, donde la actitud egoísta de los individuos hace que su máxima aspiración sea poseer cosas y no compartirlas. La codicia y la ambición que entraña el modo de tener excluye a los otros, sometiendo a personas y cosas al poder de otro.

¿Por qué nos enseñan mal a vivir y a morir?

Nuestro miedo a la muerte es una servidumbre que nos impide vivir. A vivir el presente que es lo único que tenemos. Pendientes de las expectativas del futuro, perdemos el presente y lo que en él podríamos haber hecho. Vivimos una negación de la vida. Y de la vida no vivida surge un potencial de destrucción y de abandono. Vivir resignados es una forma de malmatarnos.

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